5 de septiembre de 2015

CUENTO PARA NIÑOS

Michael White: El niño que jamás envejeció.
Por Ileana Jiménez.

Hace algún tiempo Ili y Cris estaban en su escuela y sus maestras les contaron la siguiente historia:
Michael White era un niño que nació en Australia. Cuando fue creciendo, le gustó mucho estudiar y disfrutaba conocer a otras personas. Un día descubrió que para hacer amigos era importante platicar con los niños que estaban cerca de él, ya que le interesaba saber lo que pensaban o sentían.
Un día llegó a un lugar mágico donde conoció a un niño genial a quien todos nombraban con un mote rimbombante: ¡David, David Epston! Como ya he dicho, a él le agradaba platicar con niños y se tomó entonces el tiempo para hacerlo con éste. Michael descubrió una peculiaridad en su nuevo amigo: ese niño estaba muy, pero muy asustado en la vida, y el caso es que tenía una verdadera colección de miedos. Coleccionaba miedos rojos y miedos naranjas, miedo azules y hasta miedos negros como una noche sin estrellas. En ciertas ocasiones David llegaba hasta la casa y respiraba aliviado al correr la cortina de su recámara y comprobar que aún había sol. Pero al llegar la noche, sus manitas sudaban y pensaba que saldría un monstruo enorme del closet que estaba junto a la ventana…; otras veces se asustaba mucho cuando su mamá comprobaba que él había amanecido con dolor de garganta y debía llevarlo a visitar a los doctores. ¡Le aterrorizaba que le pusieran una inyección en sus nalguitas! Otras veces, empezaba a temblar de miedo porque veía payasos en las fiestas de sus amiguitos y los chistes y maromas no le gustaban nada de nada. Solía pensar que los clowns, mimos y excéntricos se maquillaban de esa extravagante manera sólo para provocar terror a los niños y a algunos papás. También le daba temor que el matrimonio de sus padres se disolviera y, a veces, ¡hasta le daba miedo ir a la escuela, no fuera a ser que al llegar a casa sus papás ya hubieran disuelto su unión y su amor! ¡Imaginar eso! Para alguien con tantos miedos, se presentan muchas dificultades por resolver…
Cuando Michael supo todas esas cosas que sentía el nuevo amigo, pensó en cómo hacer para que éste se sintiera mejor.
De pronto se le ocurrió una gran idea y así se lo hizo saber. Juntos planearon una escapada maravillosa: pensaron visitar la Isla de la Valentía, y juntos dibujaron un Mapa con mil ocurrencias, nombres insólitos de mares y hasta una rosa náutica con siete pétalos para ubicarse. Entonces, juntos también, emprendieron el viaje.
David llevaba la Bitácora, porque sabía escribir muy bien. Siempre sacaba 100 en las clases de lengua. Hasta que atravesaron todos los mares invisibles del mundo y de otros mundos fantásticos con los que siempre habían soñado. Un minuto podía convertirse en un día entero y hasta en un año. Todo dependía de las ganas que tuvieran de fantasear. Hasta que llegaron… ¡Ahí, en la gran isla, encontraron cosas asombrosas!
Bestias mitológicas, árboles centenarios, dos soles o dos lunas en pleno cielo, nubes de cartón y hasta castillos de aire… Todo eso y mucho más. Era, evidentemente, el reino donde conviven todas las fantasías de los niños. Caminaron un poco. Siempre hacia el norte… Se sorprendieron al mismo tiempo, porque en la arena que pisaban hallaron algunos sobres que tenían mensajes. ¡Entonces dedujeron que no habían sido los primeros visitantes o exploradores! Se preguntaron para qué o para quién serían esos recados extraños. Entonces una lluvia de estrellas pequeñitas empezó a caer… ¡Súbitamente!
El amigo de Michael recogió uno de los sobres y lo abrió, hallando un mensaje que decía: “Eres un niño muy valiente.”
El niño se sintió muy contento, entonces Michael abrió otro sobre que decía: “Encuentra la cajita de colores.”
Rápidamente, los dos comenzaron a buscar por toda la isla: atravesaron un desierto con florecillas silvestres, hasta llegar a un promontorio. Divisaron a lo lejos varias plantaciones de platanales y cocoteros. A Michael se le ocurrió buscar junto a los trozos podridos de un viejo galeote hasta que la encontraron. Allí estaba aquella especie de cofrecito o caja adornada con piedras semipreciosas. Al levantar la tapa hallaron otro mensaje que decía: “Aquí puedes guardar tus miedos: Se quedarán atrapados y no podrán salir jamás, permanecerán quietos, quietos, hasta desaparecer.”
David se puso muy feliz y miró a su amigo como se mira a través de cien cristales. Michael se dio cuenta de que el niño era ya un experto, todo un lobo de mar, como los viejos capitanes de navíos que luchaban contra los corsarios y piratas en la inmensidad del océano. Michael comprendió cómo David Epston aprendió a dejar sus miedos en un lugar donde no pudieran molestarle más. Y así fue. Colorín, colorado, este cuento se ha acabado… y si te queda algún miedo, es que no ha sido bien guardado./

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